Namasté. Siempre he oído decir que ir a la India es un viaje donde se ha de ir preparado y con entrañas de acero; en mi caso, fue una verdadera historia de amor.
Es cierto que es difícil convivir durante algunos días con demasiada pobreza y enfermedad, pero la India es experta consejera para saber que sólo hay una invisible linea delgada que nos separa de ella. Ellos necesitan menos para ser igual de felices que nosotros, por lo demás, no tenemos tan pocas cosas en común… Una vez superado, solo es momento para disfrutar del picante, sentir la historia viva todavía presente en cada esquina y cada templo, reflexionar sobre el poder de los colores, oler profundo y respirar hondo.
Por la India no se pasa de puntillas. El norte es rico en historia y monumentos, el sur en vegetación exuberante y ambos en espiritualidad, colores y religión. En esta ocasión el norte fue reclamo de mi interés…
Es obvio que todo empieza en Nueva Delhi, donde esta ciudad descontrolada supone un desafío para los sentidos del viajero más experimentado. Detrás del tráfico caótico, de la contaminación y de los altos niveles de pobreza se esconden maravillas con historia, monumentos arquitectónicos y una tradición culinaria milenaria. Sin embargo, no hay duda que para poder penetrar en todo ello es imprescindible la «apertura» por parte del visitante.
Solo aterrizar, en mi trayecto en coche del aeropuerto al hotel, nos encontramos un camello muerto en medio de la carretera! el tráfico era un auténtico caos y la sensación de «refugio» al llegar al hotel después de tantos inputs embriagadores fue un regalo. De pronto, encontrarte en un espacio «occidental» te hace sentir como en casa, pero también es cierto que si se viaja hasta aquí es para estar preparado para emociones fuertes, para abrirse al país y a sus gentes.
Purna fue un hombre encantador de 60 años que nos paseó toda la mañana por Chandni Chowk, visitando Old Delhi y todo el caos de sus calles. Delhi tiene varios puntos de interés para visitar; por encima de todo me fascina el choque cultural que representa un país tan antagónico al mío. En ella fácilmente se descubre una ciudad fascinante cuya riqueza cultural embriaga al viajero. Chandni chowk significa «plaza plateada iluminada por la luna». Aquí se concentra una actividad descontrolada de oficios, personas y ruidos entre calles interminables laberínticas y se descubre una forma de vida ancestral que parece que se haya parado en el tiempo (aunque no sea así del todo, esa es la impresión que genera).
Comer en Bukhara es una muy buena elección para parar y tomar un respiro, y por favor, dejaros deleitar por las mejores lentejas, cordero tandoori y los mejores panes que hayáis probado jamás. Probablemente éste sea el mejor restaurante de Delhi, y aunque la tradición mande comer con las manos aquí se dejan los formalismos en la puerta; no importa… tal vez te encuentres a Hillary Clinton o a Vladimir Putin comiendo a tu lado sin cubiertos también (otra opción es pedirlos y comer platos orientales con maneras occidentales, tal como fue en mi caso…)
Ir a tomar el té, o incluso hospedarse, en el Hotel Imperial es una maravilla. Me encantaba pasearme durante rato por sus salas y pasillos y observar las fotografías en las paredes de aquel momento en que los británicos se codeaban con los maharajás y reparar en el contraste, que debía suponer en ese tiempo, dos culturas tan dispares conviviendo.
Estar en Delhi es descubrir una ciudad fascinante. Recomiendo explorar, visitar, pasear y oler. Y cuando esté todo visto, dejar atrás esta ciudad para seguir conociendo la India.
Salimos desde Delhi en coche para llegar a Agra y visitar Taj Mahal. Estar delante de éste es realmente muy especial, probablemente por ser un monumento que trasciende a la muerte y se recuerda como una historia de amor eterno. Las incrustaciones de piedras semipreciosas en las paredes de mármol formando dibujos geométricos son un espectáculo y sentarse a admirar la silueta de este impresionante mausoleo recortada sobre el cielo azul es algo que se debe hacer. Y fue aquí, en este momento, cuando supe que dentro de mi llevaba a mi tercer hijo, una niña a la que llamé Serena India, y a la que por el mismo amor que sentía el Sha Jahan hacia su amada muerta, en ese momento yo también hubiera adornado mi vida de lapislázuli, malaquitas, turquesas y cornalinas.
Desde el Hotel Oberoi Amarvilas se puede comer con unas vistas sensacionales sobre este sublime monumento, aprovechar para descansar y comer aceptable; es una buena recomendación.
Seguidamente, de nuevo en ruta hasta llegar a Amanbagh, un maravilloso hotel rodeado de palmeras y eucaliptos situado dentro de las antiguas murallas del antiguo palacio del Maharajah de Alwar, al que éste acudía durante largos periodos para cazar.
La piscina es de piedra verde esmeralda y el reflejo del sol la convierte en un acontecimiento, y la habitación…, la habitación era como la de un cuento de princesas… Paredes y suelos de mármol rosa, mineral autóctono, envuelven la esfera dulce y acogedora. Al entrar en ella nuestro recibimiento fue una mujer india que nos cantó. Sin palabras.
Este singular hotel se encuentra lejos de la ciudad, en una zona rural, y es bonito acudir a visitar los alrededores para vivir a sus gentes y saborear sus pueblos. Tuve varios momentos que sentí que lo que estaba viendo era un auténtico pesebre, y se me erizó la piel. Sobretodo por poder observar la valiosa estampa de como se desarrolla su cotidianidad de la mano de tanto color!
Durante mis días aquí hablé mucho con estas dos mujeres y me contaron que ambas eran madres y viudas, pero buenas amigas. Sentí una hermandad con ellas; tan lejos y tan cerca a la vez. Transportaban agua durante kilómetros cada día; sus quehaceres y otras uniones las hacía cómplices.
Hay muchas maneras de explorar esta zona rural, en concreto hubo una tarde en la que mi marido y yo salimos del hotel para hacer algo que nos gusta muchísimo: andar. Acompañados de Shita para no perdernos, subimos hasta un lago en lo alto de una colina para divisar bonitas perspectivas. Era casi como un safari a pie pues en todo momento estábamos pendientes de ver panteras y gatos salvajes, que al parecer residen en esta zona; pero sin éxito no conseguimos verlos (lo cierto es que no suelo tener mucha suerte para estas cosas, pero no importa, me conformo solo con la posibilidad). Llegados al lago destinamos parte de nuestro atardecer a un espacio de meditación y yoga, dirigidos por nuestro guía. Nos fue difícil abordar tanta relajación acostumbrados a occidente, pero lo conseguimos.
En otra ocasión fuimos en jeep a conocer las ruinas de Ajabgarh Fort y su templo de 1635 ac, así como las de Bhangarh que según sus paisanos, dicen estar encantadas; hay mucho por ver…. Visitamos también templos jainistas de 1500 ac que nos conectaron con el pasado. Toda esta esfera de exotismo cultural provoca un desconcierto que uno solo recobra durante las horas de sueño.
Tuvimos preciosas vistas durante el trayecto, que en un mometo dado, me recordaron a la sabana africana.
Hubo una noche en la que, en el hotel, nos prepararon una mesa para cenar en el exterior al lado de una chimenea. Casi toda la luz que teníamos, salvo la de una vela, provenía de las llamas del fuego encendido. Fue realmente una noche muy romántica… Y es que estar cenando allí, en la India, bajo un sinfín de eucaliptos altísimos, con poca luz, una cena con especies y notas picantes, era una suerte.
Otro plan interesantísimo es sin duda ir a pasar el día a Jaipur, la ciudad rosa, y visitar el Palacio de los Vientos, en el que las mujeres no podían ser vistas, y sus demás maravillas como Amber Fort y el legado arquitectónico de los conquistadores islámicos (me impresionó subir al fuerte sobre un elefante!). Al saber de mi estado de buena esperanza aproveché y compré en Jaipur telas y más telas de bonitos algodones combinado los tonos que jamás hubiera podido imaginar, para impregnar en la habitación de mi futura hija el poder del color que tiene este país.
Hospedarse en Rambagh Palace y visitar sus estancias y jardines puede permitirte imaginar como era la residencia de un maharajah, incluso están expuestos algunos vagones del tren de su propiedad donde se puede ver el mundo de sofisticación y lujo al que pertenecían, en un país con tan altos niveles de miseria. Un auténtico contraste, de nuevo.
El color sigue muy presente en Jodphur, pero esta vez la vida se ve azul y sigue habiendo muchísimo que ver. Me llamó la atención una habitación del Fuerte de Mehranghar en la que el maharajah se hizo traer de París bolas de Navidad para colgar en el techo!
Una de las noches salimos a explorar y cenamos en On The Rocks, un restaurante con jardín donde nos sirvieron comida india; tradicional, correcta y no demasiado picante. Pollo tikka masala, arroz, nan, roti, dahl y otras especialidades fue lo que degustamos alegremente, tanto fue así que les pedí meterme en su cocina para que me enseñaran a cocinar algunos platos…
El Hotel Raas es una divertida opción para hospedarse en Jodphur tanto por su condición de Boutique Hotel como por las impresionantes vistas que tiene desde todos sus ángulos sobre las murallas de Mehranghar. Combina parte original restaurada con obra nueva, Es, sin lugar a dudas, un hotel inspiracional que consigue harmonía entre lo nuevo y lo viejo, entre lo moderno y lo tradicional.
…. y después de largos kilómetros pero bonitas carreteras llegamos a Jaisalmer, casi frontera con Pakistán, a la que llaman la «ciudad dorada» por el color de su tierra amarillenta. Situada en un desierto, la ciudad esta construida coronando el fuerte en lo alto de una roca, y en él se encuentran siete templos jainistas, dos hinduistas y el palacio de un maharaja. Su estratégica posición en las rutas comerciales de especies y de caravanas de camellos le otorgó mucha importancia y en la actualidad debe su fama al fuerte del siglo XII y a las «haveli», las casas y los pabellones construidos por los mercaderes en las calles medievales de la ciudad. Pasear por estas calles principales y sentarse en alguna terraza para ver las vistas es magnífico.
En Jaisalmer es bonito ir en camello hasta las primeras dunas del desierto para contemplar el atardecer. Recuerdo la delicadeza con la que me trató aquel hombre Indio y su camello al saber de mi estado de buena esperanza…,y el regalo que me hizo por mi enhorabuena, un colorido turbante que le dejé apañara en mi cabeza.
Y este ha sido mi viaje a Rajasthan, India…, un país espiritual que atrapa a quien lo visita y donde he dejado un recuerdo mágico por todas mis sorpresas y experiencias vividas.
-tengerenge