Estando aquí me imagino cómo debía ser la vida de un ermitaño, muy tranquila… Hoy en día sería medio imposible entregar la vida de uno al cuidado de un ermita, de guardar sus llaves a buen recaudo y de hacer sonar las campanas dos veces al día. Lo que sí sé es que aquella familia que vivió en esta casa, ruinas que hoy fueron rehabilitadas para construir el Hotel Consolación, debieron vivir con toda paz entre estos calmados paisajes. Para ellos era sencillamente su vida, para nosotros venir aquí es huir de los agujeros de la cuidad, conectar con la calma y escapar de las masificaciones.
La historia se remonta al s.XVI. Una ermita barroca, la Ermita Consolación, y adherida a ella la casa de su ermitaño. El paso del tiempo dejó sólo unas ruinas, fuente de inspiración para quienes apostaron rehabilitar la casa del ermitaño y convertirlo en un hotel. Al lado, se mantiene digna la ermita con sus frescos en la pared, de quien el hotel se adueñó de su nombre.
Con muchísimo respeto por lo antiguo, la arquitectura ha mantenido algunas estructuras montantes de la casa, las cuadras hoy son el restaurante y los exteriores se preservan tal cual eran. A ochenta metros se alzan discretos cubos de madera bien integrados en la vegetación, tan sólo hay doce y desde su interior no se ve nada más que un enorme ventanal con maravillosas vistas sobre el bosque. Estos cubos arquitectónicos de líneas rectas serán las habitaciones que acogerán a los huéspedes, donde dormirán con espléndidas vistas y en temporada de frío, sentirán el calor de sus chimeneas siempre listas para prenderles fuego. …En pocos minutos la habitación se impregna de olor a madera, pino y romero, y si se tiene la suerte de ver el atardecer por el oeste como yo la tuve, entonces todo cobrará un momento mágico.
Al frente se puede ver la ermita de Santa Bárbara. Es demasiado tentador estar en la habitación y conformarse con verla a lo lejos, por lo que no tardamos en caminar hasta ella bordeando lo alto de una colina. Dos kilómetros y medio de sendero entre pinos y bosque maravilloso, tan bonito que se desea que nunca termine. Al llegar, la decadencia abraza a la ermita… Está en mal estado pero aún así su elegancia la hace muy atractiva. El techo se hundió, dicen que en la guerra civil, y los arcos están a punto de hacerlo, pero por ahí entran intensos chorros de luz natural permitiendo hasta a una higuera vivir allí.
Me dicen que todavía no es época de setas. Ayer llovió y tal vez abunde la cosecha en pocos días… En ese caso, el hotel proporciona excursiones para encontrarlas y luego cocinarlas en su particular cocina abierta. El restaurante otorga importancia a los productos de la zona tales como el cordero, los quesos, el jamón, el aceite de oliva, el vino o las avellanas. Puedo constatar que cenar allí fue un auténtico delirio a base de probar las mejores carrilleras acompañadas de crema de apionabo y helado de leche de oveja como postre junto con un dulce de chocolate excepcional.
Los días invitan a hacer largos paseos a caballo, excursiones en bici, senderismo, incluso visitar yacimientos íberos o pueblos medievales. La vida aquí es como si se hubiera detenido y el buen mantenimiento de los pueblos lo ratifica. Entre los más bonitos están Calaceite, Valderrobres, Cretas, Fresneda o Morella…, cada uno con su iglesia, su campanario, cipreses e incluso castillos.
Recorrer los 45km por La vía verde en bicicleta representa una excursión de seis horas por la antigua vía de tren atravesando varias localidades. Es apta para todos los niveles, pues todo el trayecto es bajada, no presenta dificultades y los paisajes son preciosos. O es que los trenes no tenían la mejores vistas?
… Hay mucho por hacer en Matarraña, y mucho que desconectar en Hotel Consolación.
– tengerenge