… cuentan que Cristobal Colón ancló en La Isabela la primera vez que llegó a República Dominicana. Desembarcó así en el norte de la isla, donde encontró sus habitantes indígenas y sus costumbres de vida.
No fue fácil llegar…, tuvimos que atravesar un río y sortear su caudal (el puente estaba partido por la mitad!), pero tras éste la primera iglesia del Nuevo Mundo aguardaba, y muy cerca, las ruinas del primer asentamiento de Colón.
Los escritos de Fernandez de Oviedo de 1492 muestran claramente como vivían los taínos, incluso el choque que supuso las costumbres de vida de esas gentes, a las que llamaron «indios».
«…hay una manera de barcas, que los indios llaman canoa, con que ellos navegan por ríos grandes y asimismo por estos mares de acá; de las cuales usan para sus guerras y saltos y para sus contrataciones de una isla a otra, o para sus pesquerías. Cada canoa es de una sola pieza, o sólo un árbol, el cual los indios vacían con golpes de piedras enastadas…así hacen una barca…honda e luenga y estrecha, tan grande gruesa como lo sufre la longitud y la latitud del árbol que la hacen. Y por debajo es llana y no le dejan quilla como a nuestras barcas y navíos…»
Quedan pocos restos de lo que fue el asentamiento de Colón. Cuentan que un alcalde arrasó con todo, aun así todavía se pueden intuir sobre la tierra rojiza los pilares de lo que fue el alojamiento para muchos, e incluso se mantiene semi enterrado un esqueleto (la posición de los brazos determina su condición cristiana, dado que los taínos eran enterrados en posición fetal creyendo que volverían a renacer si morían en la misma posición en que nacieron). Los muros de lo que fue la casa de Colón se protegen del sol bajo un cañizo frente al mar.
De camino a Punta Rucia paramos y nos tomamos un baño en La Ensenada, coincidiendo con uno de los atardeceres más bonitos que he visto en mi vida. El espectro lumínico desde la franja del violeta a los límites del rojo era el más amplio que jamás habíamos visto, acorde con el suceder de los minutos hasta caer en el oscuro inmenso, la noche. La sintonía de la evolución de los colores al mismo tiempo que el baño fue sencillamente único (no me cabe duda que quedará grabada en retinas y corazones de mis hijos y mi marido, siempre).
Pronto por la mañana al día siguiente nos esperaba una barca para llevarnos hasta un cayo de agua cristalina y arena completamente blanca. Cuando estamos en estos países nuestros ritmos se alinean con los del sol y la luna. …Amanecemos a las 6am y las intensas ganas de comernos el día agotan nuestras reservas de energía al mismo tiempo que la luz del día decide también descansar; entonces la luna recarga. A ésto yo le llamo «ir con el sol»…
Eternamente tuve el deseo de que mis hijos vieran un arrecife de coral; y constato mi firme decisión, siempre, de cumplir mis anhelos. En este caso, di por consumado mi plan tras entregar a mis tres hijos sus gafas de bucear y advertirles tomar consciencia de lo que iban a ver bajo la superficie… Ya! sumerjámonos! bienvenidos al mundo submarino! …por fin pudieron ver un jardín bajo el mar donde todo, absolutamente todo, es perfección. Infinidad de peces de colores y formas, corales vivos con preciosos pigmentos, claridad, armonía. Tan de cerca nos rodeaban tal suma de peces y excesos que hasta les pudimos acariciar! para mis hijos fue una lección de vida admirar tanta excelencia y contactar de primera mano con la superioridad de los fondos marinos. Integrar dicho espectáculo en cabezas de 12, 8 y 3 años respectivamente es claramente tener que hacer un espacio. Cumplí mi deseo niños!
Por la tarde un santuario de manatíes nos esperaba. En Punta Rucia preservan esta especie en peligro de extinción en un área protegida de 22km cuadrados. El manatí no es endémico, sino que procede de todas las Antillas. Cuando Colón llegó encontró asentamientos indígenas taínos que vivían de la pesca de éstos…, así lo escribió en 1994 en su cuaderno de bitácora durante uno de sus viajes.
Punta Rucia Lodge acogió nuestros más profundos sueños por la noche… y la familiaridad con la lengua creole tan común en esta zona por estar cerca de Haití descubrieron en mi uno de los dialectos más bonitos del planeta. La fusión del africano-francés-español es pura música cuando se escucha y compartir comunicación con los habitantes de este lugar es un regalo.
Por último…un secreto….sshhh….. convencí a un compadre para que me dejara tener entre mis manos pequeños objetos pertenecientes a indígenas de hace más de 800 años de antigüedad (un profesor de filosofía, hace años, me contaba que la sociedad tiene la incompleta costumbre de ver, pero nunca tocar… En mi opinión, no me cabe duda que tocar es siempre una experiencia e implica trasladar energía de cualquier cosa física a un cuerpo).
– tengerenge
© 2017 Tengerenge