Honestamente no me atrevería a cuestionar la incansable hermosura de esta isla, ya demasiado tocada pero todavía reconocible. Siendo justa, son excepcionales los paisajes del interior, sus tradiciones y su historia…, pero, a la vez siento que, hace ya muchos años, se puso una máscara.
Ha pasado mucho tiempo desde que esta isla se convirtió en un best-seller, y el turismo consiguió separarla de sus raíces. Las costumbres han aprendido a convivir con el estilo forzado hacia el visitante, las ofrendas asoman entre otros colores que no forman parte de la isla y el arte busca camino traicionando sus orígenes sólo para vender más. Cuesta mucho conectar con lo que está detrás de esta máscara.
A Bali la he visto maltratada. Bali está sucia, deteriorada sin reparo. Parece que sus tradiciones milenarias quedaron tapadas por una nueva forma de vida, lamentablemente siempre en una misma dirección. Pero…, qué genera tantas expectativas todavía? el best-seller se mantiene en el tiempo pero los buenos lectores ya no buscan trampas para tontos.
Las visitas no cesan, esta isla no descansa, turismo todos los meses del año, caras contentas. Lo tengo claro, no quiero ver Denpasar ni atravesar Kuta; me tapo los ojos con mi pañuelo ante cualquier cosa que me confirme mi decepción. Lo único que me reconforta, como siempre, es alejarme de la carrera de las ratas y de las multitudes impresionadas por vulgaridad. Entonces, encuentro mi recompensa donde ya no se oye ruido, lejos de aglomeraciones, muchedumbre y de todo lo infectado por el germen que más temo, la globalización.
Me relaja ver que sobreviven terrazas de arroz, sometidas al trabajo de hombres y mujeres que todavía las labran, que siguen cubriendo de verde y amarillo las montañas, peleando por agua, bien avenidas con palmeras que quieren tocar el cielo. Aflojada de ver ancianas que no cubren su pecho, tal como dictaron sus ancestros, implorando lealtad. Éstas fotografías son de 1910; cuando las mujeres en Bali no se tapaban.
Hoy, en recónditos pueblos todavía se ven algunas, fieles a su cultura y en sintonía con su tradición; no solo por cumplir con su atavío si no por no mostrar reparo ni taparse tras hablar con ellas durante rato.
En lugares así, donde puedes sencillamente huir si lo que buscas es autenticidad, es tremendamente valioso acertar en lugares donde hospedarse. Generalmente, los buenos hoteles escogen estratégicamente sus localizaciones, y todo el conjunto colabora en un porcentaje alto de felicidad en el viaje.
… Cuesta dar con la autenticidad, a pesar de que la hay, así como las tradiciones milenarias que son un hecho, frente a Facebook y otras formas de vida que quieren combatir con ellas. Pero las hay…., todavía, si te adentras.
Me encantan las ruinas, lo sagrado, la antigüedad; y tocar todo ello. No sé por qué…, pero en Bali, a diferencia de lo que persiguen todos, no he querido visitar ni un solo templo. Tal vez mi enfado fuelra el motivo, o puede que inexorablemente reconociera en esta isla la versión descafeinada del sur de la India, donde todo me pareció más agudo.
Qué extraño…. no visité ni un solo templo….
– tengerenge