Ella, su casa y su cerezo mirando al sol. Así estuvieron más de 60 años, conviviendo. Hubieron años en que compartía la cosecha, incluso hasta me dejó arrancar sus cerezas algunas veces; aquellos años! Su marido murió y ella lloró alguna vez conmigo, y el árbol continuó nutriéndonos cada primavera. Durante años la llamé «la casa del Cerezo», incluso aún cuando ella ya no estaba. Lo curioso es que, tras su ausencia, el cerezo se fue con ella. Tantos años juntos…. y mueren a la vez. Qué curioso…, tal vez sea un árbol y una mujer conectada, o una mujer que, como siempre, cuidaba. En cualquier caso, es un duelo aceptar que no volveré a ver florecer el cerezo ningún mes de marzo más, insistiendo cada año en recordarme que ya acabó el invierno