Las expresiones sexuales de hoy no son las mismas que las de hace dos mil años.
Durante las primeras excavaciones modernas tras descubrir las ruinas de la ciudad de Pompeya, sepultada por cenizas en el año 79 d.c, los arqueólogos quedaron escandalizados. Lo que encontraron enterrado se enfrentaba a la moral católica y en plena época victoriana, durante años, lo escondieron.
En Pompeya habían más burdeles que panaderías. Esta urbe vivió un erotismo sin tapujos.
El erotismo estaba presente en toda la ciudad; en las puertas, en la calzada, en los delicados frescos de las habitaciones, en la vajilla, en el interior de las casas, en las monedas… y por supuesto en el célebre Lupanar.
Los lupanares tenían licencia municipal. Se trataba de pequeñas habitaciones destinadas a consumar el acto sexual, donde contaban con camas talladas en piedra cubiertas por colchones y una cortina como único elemento de privacidad. Estaban decorados con escenas eróticas, frescos en las paredes que ilustraban la vida sexual. El arte se funde con la pornografía. Se representaban todo tipo de posturas sexuales, completamente explícitas; relaciones heterosexuales, homosexuales, lésbicas, orgías, sexo en grupo, e incluso zoofílicas.
Para encontrar los prostíbulos en la ciudad solo se tenía que seguir la indicación de la piedra tallada con relieve en el suelo. La sexualidad era concebida con apertura.
Las repetitivas pinturas eróticas impúdicas nos han dado a conocer la postura frente al sexo de nuestros antiguos, sus modales, su actitud desenfadada y permisiva. Bajo las cenizas del Vesubio quedó sepultada la vida y la pulsión sexual de los habitantes de Pompeya.